Un antiguo sesgo psicosocial llamado sesgo del mundo justo asume que el mundo es un lugar donde cada cuál obtiene lo que se merece. Mismo sesgo que ha contribuido en la mantención de las desigualdades sociales y la legitimidad asignada a las brechas salariales. Sesgo utilizado para justificar la pobreza, como una condición atribuida a la responsabilidad de quiénes la viven.
Sesgo que incrusta en la psique individual y en la representación social colectiva, una justificación para mantener el control sobre nuestras propias vidas y garantizar relativa tranquilidad en un mundo inundado de malestares.Nadie conoce la cifra oficial de niños fallecidos en las dependencias de administración directa del SENAME. Tampoco qué ha ocurrido con los niños fallecidos en residencias de instituciones colaboradoras.
¿Quiénes son estos fantasmas que deambulan por los medios
como números escurridizos y sin identidad? Despojados de toda dignidad humana
esencial, estos niños habitan nuestra existencia como mosaicos rotos por sus
familias, el Estado y la innombrable condición de sus muertes.
Todos ellos fueron, son y serán personas. Nada más ni nada
menos que niños, niñas, adolescentes y jóvenes, la mayoría de ellos un retrato
nítido de un Chile de pobreza, monoparentalidad, abuso intrafamiliar y
maltrato. La mayoría de ellos re victimizados por una locomotora veloz, que
transita indiferente por los rieles de la pérdida de sentido.
Muchos de ellos, abusados por sus padres o sus abuelos,
maltratados por padres y madres, con trayectorias de conflicto con la ley,
acunados por una cultura familiar negligente, atravesados por un historial de
trauma relacional. Muchos de ellos hijos forzados de una violación, estigma
omnipresente en la identidad de alguna madre adolescente o de una paternidad
asumida a medias o simplemente no asumida.
¿Quiénes fueron sus cuidadores? Transitorios vínculos
quebrados, caricias robadas a algún educador, a alguna psicóloga “buena onda”
que atendió por algunos minutos de más un llanto desconsolado o realizó una
intervención en crisis al límite de su jornada de trabajo.
No hay fantasmas rondando los titulares de prensa. Son niños
muertos que traspasan la barrera de nuestra conciencia que se aquieta de pensar
en un sistema podrido, sin vergüenza ni moral. Son niños muertos que remecen un
sistema sin voluntad política de resolver lo mínimo que podemos resolver como
sociedad: el trato que damos a nuestros niños y niñas.